Al leer con agrado y nostalgia los recuerdos de Santiago he decidido poner
por escrito la historia (¿leyenda?) que corría en Quito hace un poco más de
medio siglo sobre la tan mentada “casita de la 12 de Octubre”.
Corrían los últimos años de la década de los cincuenta en la todavía
tranquila ciudad, por la calle de una vía que en lejanos tiempos se llamaba
“Huangacalle” y que llevaba a a la “Pátag de Guápulo” circulaban muy pocos
vehículos. En esa casita se reunían a celebrar fiestas un grupo de personas del
estamento alto de Quito, a las que se sumaban otras pertenecientes al corto
cuerpo diplomático. Entre estas y las
otras decidieron fundar un club, al que llamaron “¡Viva la vida!”, a algún
poeta casero se le ocurrió hasta un himno, cuya letra comenzaba, si las
consejas no nos engañan, así: “¡Viva la vida, viva el amor, viva la Pepa, viva
el licor!” Aclaro para las nuevas generaciones que “la Pepa”, como bien saben
los colegas españoles, no era la marihuana, sino la Constitución de Cádiz de
1812, la de nuestro José Mejía; y el grito significaba “¡Viva la libertad!” y
pasó a convertirse en proclama contra toda represión. Como la digresión ya es
larga, la extiendo un poco más, en unas elecciones de esos meses algún chistoso
se dio en proclamar: “¡Viva la vida, vida el amor, viva el partido
conservador!” con regocijo de los mismos curuchupas (en el sentido original del
término).
Pero volvamos a la casita. En cierta ocasión los miembros del exclusivo
grupo decidieron organizar una fiesta tropical; para entender la iniciativa
cabe recordar que en esas épocas todo el mundo en vacaciones iba a las
haciendas, la playa no era un destino veraniego habitual (aquí debería contar
otra pequeña anécdota, pero ustedes van a protestar). Así que cubrieron el
piso, algunos dicen un sótano, con arena, pusieron palmeras artificiales, luces
y demás parafernalia. Y bailaron en terno de baño, ellos y ellas.
En medio de congas y mambos, a lo mejor mientras sonaba “El baión de Ana”
(llamado también “El negro zumbón”… y Silvana Mangano salta a nuestra memoria…)
o tal vez “Mambo Nº 5 de Pérez Prado, un esposo encontró a su esposa y a un
miembro del cuerpo diplomático en situación comprometida… parece que fue a su
auto, recogió un revólver y mató al ofensor e hirió a la pérfida infiel.
Las autoridades echaron tierra, o arena, sobre el asunto, la gente
comentaba en voz baja, se disolvió el grupo… Y dicen las malas lenguas que
desde cierta hora al atardecer se oía las congas, los mambos y las guarachas
sin saber de dónde provenía la música. Y dicen también que se escuchaban pasos
que bajaban por las gradas a la carrera, pero no asomaba nadie. Quien lo
experimentó lo cuenta.
Pocos años más tarde vivía en la casita un connotado político que nunca
llegó a la presidencia de la República y que hizo fortuna vendiendo autos.
Nota: ¿Cuántos de quienes estuvimos aunque fuese solo
un semestre en la casita de la 12 de octubre andamos todavía por estos valles
de Dios?
Por: Carlos Freile
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