2/9/20

La casita del crimen




Al leer con agrado y nostalgia los recuerdos de Santiago he decidido poner por escrito la historia (¿leyenda?) que corría en Quito hace un poco más de medio siglo sobre la tan mentada “casita de la 12 de Octubre”.

Corrían los últimos años de la década de los cincuenta en la todavía tranquila ciudad, por la calle de una vía que en lejanos tiempos se llamaba “Huangacalle” y que llevaba a a la “Pátag de Guápulo” circulaban muy pocos vehículos. En esa casita se reunían a celebrar fiestas un grupo de personas del estamento alto de Quito, a las que se sumaban otras pertenecientes al corto cuerpo diplomático.  Entre estas y las otras decidieron fundar un club, al que llamaron “¡Viva la vida!”, a algún poeta casero se le ocurrió hasta un himno, cuya letra comenzaba, si las consejas no nos engañan, así: “¡Viva la vida, viva el amor, viva la Pepa, viva el licor!” Aclaro para las nuevas generaciones que “la Pepa”, como bien saben los colegas españoles, no era la marihuana, sino la Constitución de Cádiz de 1812, la de nuestro José Mejía; y el grito significaba “¡Viva la libertad!” y pasó a convertirse en proclama contra toda represión. Como la digresión ya es larga, la extiendo un poco más, en unas elecciones de esos meses algún chistoso se dio en proclamar: “¡Viva la vida, vida el amor, viva el partido conservador!” con regocijo de los mismos curuchupas (en el sentido original del término).

Pero volvamos a la casita. En cierta ocasión los miembros del exclusivo grupo decidieron organizar una fiesta tropical; para entender la iniciativa cabe recordar que en esas épocas todo el mundo en vacaciones iba a las haciendas, la playa no era un destino veraniego habitual (aquí debería contar otra pequeña anécdota, pero ustedes van a protestar). Así que cubrieron el piso, algunos dicen un sótano, con arena, pusieron palmeras artificiales, luces y demás parafernalia. Y bailaron en terno de baño, ellos y ellas.

En medio de congas y mambos, a lo mejor mientras sonaba “El baión de Ana” (llamado también “El negro zumbón”… y Silvana Mangano salta a nuestra memoria…) o tal vez “Mambo Nº 5 de Pérez Prado, un esposo encontró a su esposa y a un miembro del cuerpo diplomático en situación comprometida… parece que fue a su auto, recogió un revólver y mató al ofensor e hirió a la pérfida infiel.

Las autoridades echaron tierra, o arena, sobre el asunto, la gente comentaba en voz baja, se disolvió el grupo… Y dicen las malas lenguas que desde cierta hora al atardecer se oía las congas, los mambos y las guarachas sin saber de dónde provenía la música. Y dicen también que se escuchaban pasos que bajaban por las gradas a la carrera, pero no asomaba nadie. Quien lo experimentó lo cuenta.
Pocos años más tarde vivía en la casita un connotado político que nunca llegó a la presidencia de la República y que hizo fortuna vendiendo autos.

Nota: ¿Cuántos de quienes estuvimos aunque fuese solo un semestre en la casita de la 12 de octubre andamos todavía por estos valles de Dios?

Por: Carlos Freile


No hay comentarios:

Publicar un comentario